Dice una leyenda popular náhuatl que un día el fuego se soltó de alguna estrella, hasta caer en la tierra provocando un incendio. Entonces los antiguos gigantes de la montaña resguardaron el fuego y no lo dejaron extinguirse. Se nombraron comisiones para evitar que la gente común pudiera robarles el tesoro del fuego, no obstante, el tlacuache se acercó al campamento pensando cómo robar el fuego, se aproximó a la hoguera, diciendo que estaba cansado y friolento, tomó una brasa y salió corriendo con el fuego, que más tarde regaló a la humanidad. Como el tlacuache agarró con su cola al fuego, quemando el pelo del apéndice del animal, se dice que esa es la razón por la cual los tlacuaches tienen la cola sin pelo. Aunque el mito del tlacuache tiene muchas versiones, en casi todas ellas este animalito aparece como jefe del mundo, un avatar del dios Quetzalcóatl, es el astuto que enfrenta el poder de los jaguares, y al mismo tiempo es un bromista, ladrón, fiestero y borracho fanático del aguamiel de los magueyes. En la región zapoteca se han encontrado representaciones que permite afirmar su divinidad. Algunos códices como el Dresde de los Mayas, lo relacionan con el juego de pelota, la decapitación, la Luna, el pulque, las ceremonias de año nuevo y el cruce de caminos. Incluso en diversas comunidades puede encontrarse hoy en día su figura colgada en templos y chozas y su carne es usada como medicamento. El tlacuache es nuestro Prometeo y aunque no parece el típico héroe, tiene un papel central en la mitología de México.
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